Sostiene Regàs
1 d'abril de 2006, El Correo Digital
Igualdad
Cuando yo era joven, una mujer por el mero hecho de pedir la separación, incluso de conseguirla su cónyuge sin su consentimiento, se veía privada de los hijos a los que tenía que ver en el Tribunal Tutelar de Menores frente a una señorita que vigilaba que la mala reputación y las malas influencias de la madre no llegaran a los inocentes niños, víctimas de su desamor. Porque desamor era no haber sabido conservar el marido y prueba más que fehaciente de que una mujer así no merecía de ningún modo la custodia de los hijos. Que el marido la hubiera engañado, pegado, maltratado, apenas importaba. Su deber era 'aguantar'. Si no lo hacía era una mujer separada y como tal, culpable.
Con la democracia las leyes han cambiado, y hoy la mujer separada ha dejado de ser culpable. Es más, en el 98% de los casos consigue la custodia de los hijos.
Ahora, pues, son los padres los que han sido marginados, los que tienen que atenerse a lo que la madre diga y haga, los que apenas pueden decidir el presente y el futuro de los hijos. La igualdad no está contemplada y cuando los padres piden que si no hay elementos en contra, como pueden ser malos tratos o delincuencia, el juez conceda a la pareja la custodia compartida, a ello se niegan tanto las mujeres como las abogadas de las mujeres con argumentos que van desde la irresponsabilidad general de los hombres hasta acusaciones de las mujeres, muchas veces ni siquiera probadas.
Los hombres aducen que muy a menudo las mujeres utilizan a los hijos como arma arrojadiza contra ellos, negándoles las visitas o haciéndoselas muy difíciles, y mucho más a menudo aún poniendo a los hijos en su contra y en la de sus nuevas parejas, ésas que tanto ofenden, al parecer, a las madres.
El hecho que la totalidad de las mujeres fuera vilipendiada y humillada en una época ya pasada no quiere decir que todas ellas sean justas a la hora de compartir la vida de los hijos. Y creo que una ley más igualitaria sería necesaria para cubrir los casos de tantísimos padres y sus nuevas familias que se ven apartados del amor y del cuidado de los hijos de antiguos matrimonios.
Son los hijos los que sufren los odios y frustraciones de los padres. Si los amamos, deberíamos tenerlo en cuenta.